Durante todo este confinamiento inédito que hemos vivido a causa de la pandemia de la Covid-19, hay algo que me ha llamado poderosamente la atención, y que pienso que es una de las consecuencias positivas de todo esto. Y es que pienso que durante estos meses, los aprendizajes tecnológicos de los niños han sido brutales, enormes e intensos como nunca lo habrían podido ser. Al menos en el caso de Anna.
Porque claro, donde más intensamente lo he vivido ha sido con Anna. El viernes 13 de marzo ya no fue a la escuela. Y este viernes ya acaba escuela. Académicamente no tenemos nada que decir. Durante estos tres meses ha tenido que seguir las clases por internet, y durante el confinamiento duro, incluso ha tenido que establecer vínculos sociales mediante internet. Este último trimestre ha aprendido a usar #Skype y Google #Meet para seguir las tutorías semanales de escuela y las clases también semanales de oboe. Ha aprendido también a usar los #blogs (que parece que nunca mueren), pues ha sido la herramienta que han usado en escuela para terminar el trimestre y enviar las tareas diarias. Ha aprendido a usar el correo electrónico (le hemos creado una dirección que también gestionamos los adultos), a añadir contactos, a hacer fotos de las tareas, a adjuntarlas y enviar correos a sus maestros. Ha aprendido también a editar PDF con las fichas de escuela. Y también hemos practicado con el #Word, haciendo dictados y utilizando el corrector ortográfico para que se dé cuenta de sus errores y aprendiera a corregirlos. Y por supuesto, creo que no hace falta decir nada del uso de redes sociales, o de plataformas de vídeo en línea, que diríamos que ya viene de serie.
La reflexión que hago es que en el ámbito tecnológico, el confinamiento para ella le ha supuesto una oportunidad, una ocasión única que posiblemente en una situación normal habría acabado llegando de forma natural, pero seguramente sin una inmersión tan brutal e intensa como esta. Y importante: ha sido una inmersión acompañada en todo momento por su madre y su padre. Estos meses la familia hemos sido su referente educativo, allí de donde podía y tenía que extraer todo lo necesario para seguir creciendo y aprendiendo. Y en tecnología ha aprendido, y mucho. Y le estamos enseñando que la tecnología no es un fin en sí misma, sino que es una herramienta que nos sirve para poder hacer cosas, y que en todo momento controlamos los humanos. Todo lo que ha aprendido le sirve y le servirá en un entorno social, humano y cultural donde la tecnología ya es omnipresente. Nosotros la guiaremos y le aconsejaremos hasta que sea necesario. No hay que ir siempre a la contra, sino que hay que saber usar la tecnología, saber subirse a la ola. ¿Introduzcámonos lo antes posible, no? Con cordura…
No soy maestro, y desconozco en buena medida la realidad y el funcionamiento de las aulas. Sencillamente soy un padre que lo intenta hacer lo mejor posible, que goza y que sufre con su educación, que se siente orgulloso de lo que se ha conseguido y que siente un profundo desazón por lo que cuesta conseguir. Y ese padre si que tiene una certeza: que seguramente en una situación normal, todo esto no lo hubiera podido aprender en tan poco tiempo, y que la escuela (así, en genérico) no ofrece este tipo de aprendizajes. Ofrece otros, por supuesto; pero estos no.
No tengamos miedo en introducir la tecnología a nuestras hijas e hijos. Saben más de lo que nos pensamos, y seguro que saben usarla mucho mejor de lo que pensamos. Confiemos en ellos, no nos defraudarán. Sólo quieren que estemos a su lado.
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