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El espacio desaparecido de los bibliotecarios

El espacio, el lugar y la función social, ciudadana y comunitaria de la biblioteca se ha convertido ya en la carta ganadora para garantizar la supervivencia futura de las bibliotecas y de los bibliotecarios. El espacio, la buena -o mejor dicho- la excelente concepción, el diseño preciso y una quirúrgica gestión del espacio bibliotecario (de cualquier espacio bibliotecario) nos tiene que garantizar el éxito: un éxito seguramente a muy largo plazo, que perdurará en el tiempo, gracias a unos profesionales excelentes a los que les apasiona su trabajo y todo lo que hacen, y también en buena medida a la evidente dureza y despersonalización de las ciudades contemporáneas; y también a la necesaria e imprescindible búsqueda de un espacio ideal e incluso idealizado, que humanice y simplifique nuestras relaciones sociales, comunitarias y más cercanas. ¿Es quizás la biblioteca ese espacio utópico dónde se nos permite frenar, pensar, meditar con calma y delicadeza, y mediante el cual podemos entender mejor el mundo? ¿Aún sigue vigente el espacio de abstracción que buscaba Aalto en sus bibliotecas? Creo que si. El eje central, no obstante, de esta voluntad utópica, ya hace tiempo que no recae en el fondo bibliográfico y documental de la biblioteca; por contra, se centra y se fundamenta en las personas y en el espacio. Las personas que habitan la biblioteca, sus equipamientos y sus rincones y espacios son el auténtico valor de las bibliotecas contemporáneas del siglo XXI. Y me aventuro a asegurar que será así durante muchos años.

Los bibliotecarios hemos creado un producto de tanta calidad, que posiblemente el éxito nos haya superado, y la apropiación del espacio nos ha pasado por encima… hasta el punto de que nuestra propio espacio profesional también se está comenzando a cuestionar. ¿Somos los bibliotecarios absolutamente indispensables y necesarios para la gestión del espacio de las bibliotecas? Posiblemente la respuesta sea negativa, e incluso están ya apareciendo experiencias de autogestión de espacios en determinadas bibliotecas, y aplicadas a franjas de usuarios concretos.

Y no obstante este futuro esperanzador (y no niego que también tenga incluso un punto de idílico e inocente) de las bibliotecas, creo que los bibliotecarios, los profesionales que trabajamos en ellas, hemos perdido fuelle, y estamos desubicados y desorientados: son cada vez más las personas, los usuarios y todo lo que realizan en las bibliotecas, muchas veces sin la intervención de los bibliotecarios, quienes han tomado el control total y absoluto de todo lo que sucede en la biblioteca. Los usuarios se han apoderado y han interiorizado el espacio bibliotecario como propio, como íntimamente propio, e incluso como una extensión natural, lógica e indispensable de sus actividades diarias (tanto personales como profesionales). Posiblemente sea la apropiación más intensa de un edificio público que se haya dado nunca. Los bibliotecarios hemos creado un producto de tanta calidad, que posiblemente el éxito nos haya superado, y la apropiación del espacio nos ha pasado por encima… hasta el punto de que nuestra propio espacio profesional también se está comenzando a cuestionar. ¿Somos los bibliotecarios absolutamente indispensables y necesarios para la gestión del espacio de las bibliotecas? Posiblemente la respuesta sea negativa, e incluso están ya apareciendo experiencias de autogestión de espacios en determinadas bibliotecas, y aplicadas a franjas de usuarios concretos. Por ejemplo el caso del Espai Jove de la Biblioteca Comarcal de Blanes, en la comarca de la Selva (Catalunya), experiencia que además ganó el 3º Premio Teresa Rovira de 2015, un premio que «quiere reconocer a los equipamientos que hayan llevado a cabo proyectos innovadores y hayan creado o reforzado su imbricación en el territorio mediante la creación de una red social con la implicación de diferentes agentes» (La Biblioteca comarcal de Blanes…, 2015). Fue posiblemente la primera experiencia en Catalunya (o como mínimo la primera de la cual tengo constancia). Este Espai Jove ya parte de la premisa de «incentivar la autogestión de la sala por parte de los propios jóvenes en horarios de obertura al público, y crear así un espacio «sin bibliotecarios» que los ayude a fomentar su autonomía e incida positivamente en la percepción de este espacio por parte de los jóvenes» (Ciuró; Garcia, 2015). Estoy convencido de que este será un camino que cada vez más se tendrá que explorar con mayúscula e intensa necesidad. Y será sin duda algo que a los profesionales se nos irá reclamando; se tendrá que estar, pues, atento a estas demandas, y se tendrán que atender con la celeridad y la calidad habituales. No hacerlo nos situará en desventaja respecto otros colectivos y también respecto otros espacios y equipamientos de la ciudad.

En esta situación quedamos indefensos, sin duda. Nos deja en una posición débil, de profesionales quizás y seguramente prescindibles a ojos de buena parte de la sociedad. Si, aun hoy y en día, por mala suerte. Pero hablo de los profesionales, y no y esta es la paradoja, de las bibliotecas. ¿Hay quizás una enorme distancia entre el qué y el quién? ¿Nos hemos sabido vender tan bien como hemos vendido a nuestras bibliotecas? Humildemente, y sólo es una simple opinión, creo que no. Hay una clara identificación entre continente y contenido en determinadas profesiones. No hay que decirlas, ya nos entendemos y todos sabemos cuáles son. Nadie, absolutamente nadie, concibe determinados equipamientos sin sus correspondientes profesionales que los gestionen y los administren. Pero nos estamos adentrando y estemos explorando nuevos horizontes en que nosotros mismos queremos borrar rápidamente esta correspondencia, esta identificación quizás automática. Puede que tengamos que parar, reflexionar profundamente y pensar, meditar, qué queremos ser, y recuperar antiguas formas de entender la profesión que hoy en día se han obviado y que se tienen en un segundo término: «El ideal del bibliotecario humanista por el que aboga Casazza no es otro que el de un gran proyecto de diálogo entre el legado de las bibliotecas antiguas y la visión del modo en que las bibliotecas modernas se encuentran solicitadas por los nuevos saberes técnicos e instrumentales. No se trata -dice- de que los libros se queden en una custodia precisa sino que se arriesguen al mundo, llevando consigo mismos el saber específico de cómo han de ser protegidos, pero que con este cuidado actúen en el mundo. Allí está el lector, que no sólo existe para devolver un libro a la consulta que alargue su existencia entre los hombres, sino que él mismo -el lector- tiene que ser creado por la biblioteca y llamado dónde nunca quizás se imaginó que iría. Una verdadera biblioteca, en verdad es la que recibe a los lectores y también la que los crea, los recrea y los inquiere» (Casazza, 2004, p. 3), en palabras de Horacio González en el prólogo.

¿En qué posición queremos quedar, pues, los profesionales dentro de nuestro propio ecosistema física y laboral (y muchas veces personal)? O mejor dicho: ¿en qué posición queremos que se nos identifique? ¿Dónde queremos estar, dónde queremos que se nos vea? O quizás justamente se trat de lo contrario: que no queremos que se nos vea, y que lo que queremos es mover los hilos de nuestras organizaciones desde la sombra. O quizás, simplemente, nada sea tan complicado…

BIBLIOGRAFÍA

Este pequeño fragmento forma parte de mi último libro Del templo simbólico a la desmaterialización: un recorrido por la arquitectura bibliotecaria del siglo XX al XXI. Si te ha gustado, lo puedes adquirir en Amazon.

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Bibliotecari-documentalista. Pare de dues xiquetes meravelloses i que m'estimo amb bogeria. Fent feina de bibliotecari a la #BiblioEpiscopal. Vivint entre #Tortosa i #Barcelona. Els trens de la #R16 són el meu tercer espai. Curriculum | Llibres publicats | Tots els noms del tren

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