El antropólogo francés Marc Augé definió hace unos años el concepto del no-lugar, que serían espacios urbanos y urbanizados, de tránsito y que carecen de personalidad e identidad propias. Son espacios sin ningún tipo humanización, y que desgraciadamente, los encontramos en cualquier ciudad o pueblo. Nuestra sociedad ha creado gran cantidad de no-lugares, fruto de los procesos de globalización extrema movilidad a los que estamos sometidos. Las autopistas, las habitaciones de los hoteles, los aeropuertos, las estaciones de trenes, metro y autobuses o los grandes centros comerciales, entre otros, son claros ejemplos de no lugares. Pero también, sin duda, son no-lugares todas aquellas zonas urbanas, barrios enteros, degradados y abandonados, y que no disponen de las más mínimas estructuras sociales, culturales y ciudadanas.
A partir de este punto, pienso que la biblioteca debe ser un elemento clave, y de valor añadido, en la generación y la transformación de estos espacios impersonales, en espacios humanos, en lugares. La biblioteca y todas las energías que genera a su alrededor, son un excelente motor para la creación de lugares, y para la recuperación de estos no-lugares. Y hemos de apostar firmemente por estas acciones. Hay experiencias de bibliotecas en aeropuertos, en mercados, en estaciones de metro… ¿Pero hay bibliotecas en estaciones de ferrocarril? Sin embargo, las estaciones del AVE pueden representar un nuevo reto para las bibliotecas… ¿Y las estaciones de autobuses? O por qué no, proponer la creación de bibliotecas en las áreas de servicio de las autopistas. En un mundo que vive cada vez más en tránsito, las bibliotecas deben ser un motor para humanizar los no-lugar, y tal y como han hecho en multitud de ciudades, ser capaces de crear y regenerar todo su alrededor más inmediato.