Veo con cierta preocupación cómo en los últimos años están proliferando bibliotecas en las que el color blanco lo domina absolutamente todo, desde paredes, mobiliario, elementos estructurales, suelos techos, hasta las fachadas exteriores. Desconozco los motivos reales de esta nueva tendencia en la arquitectura de bibliotecas, pero por lo que parece goza de una gran aceptación dado el gran número de bibliotecas blancas que podemos disfrutar en nuestro paisaje diario. Sólo basta con hechar un vistazo a las bibliotecas que aparecen en el blog.
No es que esté en contra del blanco, me parece un color neutro, limpio y que permite captar grandes cantidades de luz natural -elemento indispensable- al interior de las bibliotecas. Lo que ya no comparto ni entiendo, ni comparto los motivos, es su uso (y abuso) diria que de manera indiscriminada. Es un claro ejemplo de repetición acrítica, sin reflexión previa, de un modelo de biblioteca que parece ser que funciona, que ha creado escuela y que se ha aceptado socialmente.
Las bibliotecas no tienen por qué ser todas blancas. Hay otros caminos… el mundo, nuestro entorno, no es todo blanco, hay matices, sensaciones, percepciones y visiones que el blanco no puede transmitir, pero que por contra, creo que deberíamos saber transmitir dentro de los espacios físicos de las bibliotecas. Y todo esto se puede transmitir e implementar en las bibliotecas de muchas otras formas, y con colores diferentes del blanco. La repetición demuestra un grado muy bajo de innovación, de sentido crítico, de hacerse preguntas por si mismo en vez de obtener soluciones ya implantadas (y que siempre se pueden mejorar).
Arquitectos y bibliotecarios deben trabajar juntos para evitar caer en esta autocomplacencia que nos lleva a la mediocridad más absoluta. Juntos tenemos que saber reinventarnos, volver a investigar y a innovar, para construir nuevos edificios qu superen una época.