Creo que nos estamos dispersando como profesión, y a cada paso que damos en esta búsqueda irrefrenable de nuestro santo grial que nos defina como profesión, como colectivo, o como yo qué sé qué, nos vamos dejando algo por el camino. Como decimos en catalán, a cada rentada perdem un llençol. Pues eso, que mientras avanzamos y nos reinventamos creo que no somos capaces ni de mantener aquello que, nos guste o no, dos define y nos es nuclear. Me explico.
Últimamente he hablado con algunos profesores de la Facultad de Biblioteconomía y Documentación de la Universidad de Barcelona acerca del nivel de los alumnos de las nuevas promociones. Las conclusiones que me manifestaba una profesora no pueden ser más devastadoras: se han promocionado e incentivado quizás en exceso las habilidades tecnológicas de la profesión, y la línea de unos supuestos nuevos campos laborales a los que tendríamos acceso… y por contra, se han dejado de un lado (o tienen menos peso) las habilidades digamos más tradicionales y clásicas de nuestra profesión. ¿Y que entenderíamos por este tipo de habilidades? La profesora en cuestión lo tenía claro: habilidades sociales y comunicativas, y también habilidades técnicas como por ejemplo la catalogación. Sobre el tema de las habilidades sociales y comunicativas, o de atención al público, ya hay estudios que remarcan esta necesidad: “Si bien en la encuesta no se preguntó con profundidad sobre la formación de los bibliotecarios, sí que se incluyeron preguntas sobre aspectos concretos que surgieron durante las entrevistas: la atención al público y el papel del bibliotecario como preceptor de información. (…) En relación a la atención al público, existe un profundo acuerdo sobre la importancia que debe tener en la formación de los nuevos bibliotecarios, tal y como se percibió durante las entrevistas.” (Delmàs Ruiz; López Borrull, 2015). De hecho, en el citado estudio se puede ver cómo más de un 90% de los encuestados considera que la atención al público debe tener un peso importante en la formación de los futuros bibliotecarios. Por otro lado, también se apunta a la inteligencia emocional (ámbito muy relacionado con la comunicación y las habilidades sociales) como una de las habilidades necesarias de los bibliotecarios en un futuro no tan lejano de 2020: “El trato directo con personas y de cara al público hace que la inteligencia emocional sea más que necesaria entre el personal bibliotecario. La inteligencia emocional hace referencia a la ‘habilidad para percibir, asimilar, comprender y regular las propias emociones y las de los demás, promoviendo un crecimiento emocional e intelectual. De esta manera se puede usar esta información para guiar nuestra forma de pensar y nuestro comportamiento’.” (Marquina, 2016)
A ver si me aclaro: o sea, ¿que ya en la Facultad vamos perdiendo cosas? ¿Que para poder modernizar y mejorar supuestamente la profesión, debemos perder aquello que nos define y nos hace diferentes? ¿Que formamos profesionales que te montan un sistema de gestión documental en abrir y cerrar de ojos, pero que son incapaces de empatizar con los usuarios/clientes, atenderlos correctamente o que ignoran por completo como catalogar un libro en 10 volúmenes? ¿Es así? Por favor, si hay algún docente entre los lectores de este humilde artículo, que me corrija o que me lo corrobore. Y si es así, paren las máquinas que me bajo.
Centrémonos, no obstante, en la catalogación. Personalmente, que salgan nuevas promociones de bibliotecarios y bibliotecarias a los que les suene a chino el Marc21 me parece especialmente grave. Nos lo deberíamos hacer mirar. Creo firmemente que uno de nuestros objetivos fundacionales y primitivos es ofrecer herramientas excelentes y de excelencia a todos nuestros usuarios; y la herramienta que tenemos, básica e indispensable, única, irremplazable e irrenunciable es nuestro catálogo. Y tengo la ligera sensación de que hemos ido menospreciando poco a poco al catálogo. Si, hemos mejorado la interfaz, cambio de sistema, añadido plugins y capas sociales… Pero basta con echar una mirada a la calidad de miles de registros para darse cuenta que distamos mucho de ser excelentes. ¿Es esta nuestra mejor carta de presentación ante nuestros usuarios, ante nuestros investigadores, ante nuestros alumnos? ¿Así generamos confianza? Sinceramente, si fuera un investigador pondría una reclamación ante la pésima y mala información que se da en determinados registros. De hecho, creo firmemente que el catálogo de la biblioteca es quizás nuestra más potente herramienta en el ámbito de la intermediación y la prescripción de información. Y todo esto en un entorno en el que “el valor de las bibliotecas no será tanto facilitar el acceso a materiales como seleccionar, orientar y poner en valor materiales de calidad.”. En ese sentido, pronostican el incremento de las actividades en torno a la lectura en nuestras bibliotecas, y se mencionan de manera especial las actividades colectivas y de lectura compartida, así como las iniciativas de orientación o asesoramiento sobre lecturas” (Cencerrado, 2014). En este sentido, no pongo en duda ni el valor ni la utilidad de todas las herramientas sociales que se usan en la actualidad en las bibliotecas para desarrollar estas actividades de intermediación y prescripción: sin duda, las redes sociales han ayudado mucho en este sentido. Pero pienso que de forma callada y quizás un tanto escondida, hemos menospreciado al catálogo, a un buen catálogo con registros excelentes, también como herramienta indispensable para estos objetivos.
¿Queremos dejar de ser los mejores en algo que forma parte de nuestros genes desde casi casi el nacimiento de nuestra profesión? Si es así, adelante. Yo no concibo la modernidad ni la postmodernidad bibliotecaria de esta manera. Apuesto por un cierto retorno a los orígenes bibliotecarios, un retorno que ponga en valor aquello que sabemos hacer muy bien y aquello que nos hace diferentes. Apuesto por recuperar denominaciones clásicas y por dotarlas de valor, dignidad y respeto. Apuesto por recuperar algo de esa áurea de erudición, de saber y conocimiento que las bibliotecas y los bibliotecarios poco a poco hemos ido perdiendo. Y aún a riesgo de que se me etiquete como “viejuno” o pasado de moda, y según palabras de Evelio Martínez, me niego a que se deje “de prestar atención a ciertas habilidades y competencias. Endilgar la etiqueta de “viejunas” a cuestiones como la atención cara a cara, el conocimiento de la cultura y del mundo del libro o la catalogación y el análisis de contenido puede hacer que los bibliotecarios que atesoran ese conocimiento no participen en el debate público, no sea que por extensión también se les asigne la etiqueta de “viejuno”. Y, sin ese debate, es difícil perfeccionar esas habilidades y competencias que, por qué no, también pueden aportar algo valioso al futuro de las bibliotecas y a la supervivencia de la profesión” (Martínez, 2017)
Lo social, las comunidades, las tecnologías, los nuevos nichos laborales… sin duda no deberían ser los nuevos tótems a los que fiar nuestro futuro.
Bibliografía
- Cencerrado, Luis Miguel. “¿Somos prescriptores? Las bibliotecas como intermediarias en la era digital” [en línea]. En: Biblogtecarios (27 junio 2014) [Consulta: 31/01/2017]
- Delmàs-Ruiz, Maria; López-Borrull, Alexandre. “Perfil profesional en las bibliotecas públicas: visión de los mismos bibliotecarios” [en línea]. En: BiD: textos universitaris de biblioteconomia i documentació, n. 35 (diciembre 2015) [Consulta: 26/01/2017]
- Marquina, Julián. “Las habilidades que los bibliotecarios deben tener en el 2020” [en línea]. En: Julián Marquina (15 marzo 2016) [Consulta: 26/01/2017]
- Martínez Cañadas, Evelio. “La crisis de identidad del bibliotecario: ¿es posible volver al origen?” [en línea]. En: Biblogtecarios (20 de enero de 2017) [Consulta: 20/01/2017]