Cerré la puerta con violencia, de un golpe brusco, seco, que hizo temblar toda la casa de mi madre. ¿De mi madre? No… No. Esa mujer con la que havia vivido mis primeros 18 años, de repente se convertía en una extraña, en alguien que no conocía y que en absoluto era referente alguno para mi. No era posible. ¿Por qué me decían ahora, con 18 años, que era adoptado, y que mi madre biológica murió en mi parto? ¿Hacía falta esperar tantos años? ¿Tan poca confianza les había sido capaz de generar a mi família para que ahora me lo devolvieran así? Las preguntas se me agolpaban en mi mente adolescente. Lloré, lloré mucho a solas, sin consuelo. Todo de repente me pareció una farsa, una gran obra de teatro en que todos, absolutamente todos, del primero al último miembro de mi família habían hecho un gran papel… ¿Para protegerme? ¿De qué? ¿De quién? Era todo muy absurdo. Me sentía perdido, sin rumbo. En ese momento tuve claro, bajo el prisma de una iracunda fogosidad adolescente, que todas mis raíces, las que me habían querido inculcar, se habían quemado, se habían muerto y se habían podrido. Y tenía que saber qué nuevas raíces tenía, mis orígenes, mi historia, mi yo propio, personal e íntimo; ese yo que se me había ocultado durante tanto tiempo. Sentía odio, un odio visceral hacía mi família y hacía el control que habían ejercido sobre mi. Sentí un rechazo primitivo a flor de piel, el sentirme parte de nada. Y tuve la necesidad de pasar algunos meses de luto. Si, de luto. Asumir y entender que mi madre biológica había muerto, que no la podría ver nunca jamás, y que, lo quisiera o no, me tendría que reconciliar, primero conmigo mismo y, después, con los que me adoptaron. Tuve que reordenar todo mi mundo (y encima en el océano tumultuoso y siempre incosistente de la adolescencia), y volver a posicionarme. Mi nueva situación me hacía especial, único, irrepetible; alguien con una gran historia para contar a mis hijas. Y aunque en ese momento me jodía mucho, para poder superar el proceso de luto tuve que volver a mi família, a aquellos que me habían críado durante todos esos años. Sólo ellos me podían explicar quién era, qué ocurrió, por qué se actuó como se actuó… Necesitava respuestas. Algunas me las dieron, muchas… pero otras muchas las he ido buscando y encontrando yo mismo y por mis propios medios. En todo este proceso de luto, pasé del odio a mi família a digamos una cierta condescendencia, a cierto tipo de pena. Pena por ellos porqué creía (y aun hoy creo) que la situación los había superado, y que se les fue de las manos por no querer afrontarla cuando realmente se tendría que haber hecho. Y también una triste y melancólica aceptación de que mi família, mi madre y mis hermanos sobre todo, habían dejado de ser infalibles y perfectos, capaces de gestionar, afrontar y superar cualquier tipo de problema o situación. La máscara se había caído, quizás un poco de tarde, y de forma abrupta, brusca. Maduré; maduré mucho y muy rápido. Viví una de esas situaciones en que la vida te da una soberana hostia y de la cual o te levantes y aprendres o ya no vuelves a hacer nada bueno en la vida. Por suerte, aprendí. Quería seguir con mi vida, mis metas y mis ilusiones, y por fin podía hacerlo a mi manera, sin ataduras. Me sentí libre.
Y esta libertad es la que aún a día de hoy tengo. Una libertad que cuido y mimo como una delicada flor, y que me permite mantener cierta distancia con lo que ocurrido. Este hecho, claro está (sería de necios no asumirlo), cambió para siempre mi relación con mi família, que ha pasado a ser un tipo de pacto de ingerencia y de hacer cada uno lo suyo; y vernos lo justo y lo necesario como para no perder el contacto. ¿Sueno frío o protocolario? Quizás si, pero nos funciona. Con la perspectiva que da el tiempo ahora lo veo todo de una forma mucho más serena, sin estridencias, y con la tranquilidad y la seguridas de saber que mi rumbo lo he elegido yo, y que las ataduras con mi pasado ya no me condicionan en absoluto.
Desde el otro lado de la puerta
He oído un fuerte golpe. Otra vez la puerta de la habitación de Dani. Ya he perdido la cuenta de cuantas veces ha cerrado violentamente la puerta de su habitación. Yo, mientras tanto, cada vez de me encierro más y más en la mía, y esta cama la encuentro cada vez más vacía. Y mi vida y mi existencia, cada vez más difíciles. Sé que Dani también llora, como yo; aunque lo quiera esconder, le he oído sollozar encerrado en su habitación, desde el otro lado de la habitación. También lloro, mucho; quizás de la misma manera en que lloré hace 18 años cuando murió Pepita… mi cuñada… su madre. Hace 18 años le juré y le perjuré que cuidaría de su hijo, y que lo haría como uno propio. Y así lo hice, sin duda. Lo he hecho lo mejor que he sabido y he podido durante todos estos años. Tengo la conciencia tranquila, aunque me duele profundamente que Dani, ante esta notícia, se lo esté tomando tan mal. No lo ha visto así… O no me he sabido explicar. O quizás no era el momento. O… Vuelvo a llorar. De impotencia, de rabia, de incomprensión. De no saber haber encontrado nunca el momento ideal y oportuno para contárselo, de retrasar y retrasar lo inevitable, de esconder un pasado que me hiere y me duele pero que Dani debía saber y conocer, de no saber aullentar tantos y tantos fantasmas que todavía a fecha de hoy me persiguen y conviven conmigo. Ha sido todo muy agotador, y quiero descansar. He recibido presiones de toda mi família durante muchos años, demasiados años. Presiones para que se lo dijera, que no esperase más, que cuanto más esperase sería peor… y así ha sido. Pero ahora ya está. Me siento libre, a mi manera. Pero si, libertad es la palabra; todo ese peso por fin ha desaparecido, y es el momento de que las palabras por fin fluyan, y de que la verdad lo inunde todo. Probablemente Dani también se sienta libre, a su manera. Aunque no entiendo lo que seguramente acabe haciendo: seguir siendo muy independiente, y apartarse cada vez más de nosotros; nosotros, nosotros, nosotros, su única família. Y de mi, su madre, la única madre que ha conocido y que lo ha críado y querido. Me debe la vida, lo quiero a mi lado… y sé que lo único que recibiré a cambio será el menosprecio, la indiferencia y la solitud. Nuestra relación cambiará, sin duda. Y sin duda que lo hará a peor. Creo en lo más hondo de mi corazón que nunca, nunca jamás, le tendría que haber dado esta notícia, condenarlo a vivir en la ingnorancia, y en una felicidad fictícia, irreal e impuesta. Así no lo habría perdido nunca. Ahora sé que ya nunca nada volverá a ser como antes.
Perdón
Han pasado ya 10 años desde la noticia que cambió mi mundo y mi vida. O más bien, la notícia con la que propicié, quizás erróneamente, un cambio en mi mundo. Más bien fui yo quien provocó el cambio a raíz de la notícia, y no dejé que la notícia en si misma me cambiara a mi como persona. A mejor. Me dejé llevar por mis impulsos más primarios, por mi ira, por mi rabia… sin pensar y sin dejar pensar. Sin escuchar, y tampoco sin dejar que me escucharan. Fue un punto y a parte que ahora, con la perspectiva que dan estos 10 años, que hizo mucho daño, y que aún hoy en día sigue haciendo mucho daño. Me comporté como un estúpido, con ganas de revancha por lo que creí que fue una actitud ofensiva hacia mi. Con 18 años no entendí el enorme gesto de generosidad y de humanidad que hicieron conmigo. Un gesto por el cual debería estar eternamente agradecido; sin submisión, pero si agradecido. Hice daño sobretodo a mi madre, a quién lucho más por mi. Fue quién se puso en contra a toda su família y dió la notícia cuando lo creyó oportuno. Sin más. No hay nada más. Ni nada menos que el hacerlo lo mejor que pudo y supo. El rencor no lleva a ningún sitio ni engendra nada bueno. Nos tenemos que perdonar. Mi hija acaba de nacer, y ahora entiendo muchas cosas que antes, como hijo, no llegaba a comprender. Nos tenemos que perdonar. No quiero que mi hija reciba de mi sentimientos de rabia, de rencor, de odio. No quiero que crezca con estos valores tan tóxicos que han dominado mi vida y de los que me quiero desprender y de los que la quiero proteger. Nos tenemos que perdonar. Hoy mi madre vendrá a ver a su nieta. Y hoy le pediré perdón.
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