Carme Fenoll me pasa este pequeño fragmento extraído del libro Egosurfing, de Llucia Ramis: “Camina cerca de la moderna fachada de la Biblioteca Jaume Fuster y piensa que todas las bibliotecas son iguales, asépticas” (p. 176).
Creo que tiene razón: en líneas generales, hay una serie de características identificativas generales de las bibliotecas, y hace que sus edificios se puedan reconocer a simple vista. Esto creo que es positivo para su expansión social, para su inserción dentro de un entorno humano, ciudadano, cultural y urbano determinado; esta uniformidad ha ayudado a hacerlas populares y útiles, y que sean el equipamiento público más usado y mejor valorado. Pero al mismo tiempo se han obviado las diferencias intrínsecas de cada ciudad, de cada pueblo, de cada barrio… y también, de cada biblioteca y sus usuarios. La diferenciación y la multiplicidad de bibliotecas, cada una diferente y única, nos hará más ricos. ¿Es bueno y útil que los usuarios de las bibliotecas de, por ejemplo, Figueres o Roquetes, tengan la misma experiencia de uso con sus bibliotecas? En un primer momento, tal vez si; en una fase de aprendizaje del edificio y las instalaciones, esto era necesario. Pero en una sociedad ya bastante madura con el uso de las bibliotecas, pienso que habría que enriquecer la experiencia del usuario, que sienta cosas nuevas cuando usa su biblioteca; que sienta que su experiencia, las sensaciones que siente cuando entra en su biblioteca son únicas e intransferibles.